Las cerezas son frutas delicadas, con una vida útil limitada, que necesitan la incidencia constante y la intensidad de los rayos de sol para alcanzar su grado óptimo de maduración. Esto sucede al final de la primavera y el comienzo de verano, de ahí que el mes de mayo sea el inicio de la temporada natural para comer cerezas. En este periodo, estas frutas consiguen sus propiedades organolépticas máximas, que se reflejan en una textura tersa y firme, además de una mayor concentración de nutrientes, entre ellos, variedad de compuestos antioxidantes, de vitaminas como el ácido fólico y minerales como el potasio. La combinación de todos estos componentes convierte a las cerezas en excepcionales para quienes padecen hipertensión, ya que la retención de líquidos es una situación problemática en estos casos y son frutas que destacan por su efecto diurético. Comer un puñado de cerezas al día, dentro de un patrón de alimentación equilibrada, es una idea sana para mantener a raya la tensión arterial.
Estas frutas deben su color rojo intenso a las antocianinas, entre otros reconocidos pigmentos con capacidad antioxidante. La identificación, cuantificación y conocimiento a fondo de los distintos tipos de antioxidantes que concentran las cerezas y las guindas, así como la determinación de su biodisponibilidad, son objeto de estudio en recientes publicaciones. Estos compuestos -antocianinas, flavonoides, flavanoles y flavonoles, indoles, indolamina, entre otros- contribuyen a otorgar al sabor, el color y otras propiedades sensoriales, como el amargor o dulzor y la astringencia de la fruta, y tienen un valor añadido como agentes antioxidantes y protectores de la salud humana. En las últimas décadas, son cuantiosas las investigaciones que evalúan el rol de los distintos antioxidantes y los alimentos que los contienen en patologías degenerativas como las cardiovasculares y el cáncer, así como en el deterioro fisiológico asociado al proceso natural de envejecimiento. Es el caso de las cataratas o las alteraciones del sistema nervioso, e incluso, el envejecimiento prematuro de la piel, más cuando la incidencia del sol es mayor.
Un puñado de cerezas provee de antioxidantes, además de aportar una buena dosis de potasio, un mineral que ayuda a evitar los calambres musculares debido a su intervención en la actividad neuro-muscular. Las necesidades de este mineral son mayores en caso de tomar ciertos medicamentos, como los diuréticos para tratar la hipertensión arterial, por lo que es recomendable comer cerezas en estas circunstancias.
Esto se debe a que el consumo de diuréticos tiene efectos secundarios. Al tiempo que sirven para eliminar líquidos, también fuerzan la eliminación de potasio a través de la orina en cantidades superiores a lo normal. Si las pérdidas no se compensan con una adecuada ingesta, se corre el riesgo de sufrir su carencia. La falta de potasio puede provocar debilidad de los músculos, taquicardia, sed y falta de apetito. Para compensar esta deficiencia, hay que ingerir alimentos ricos en este mineral, como las cerezas, las guindas, el plátano, las frutas desecadas y los frutos secos. Además, son las frutas idóneas para las mujeres embarazadas, al proporcionarles parte del ácido fólico que precisan en esta etapa vital.
Estas frutas se pueden comer entre horas, mezcladas con yogur y muesli o con surtido de frutas. Sirven de ingredientes para elaborar el relleno de unos crepes, se pueden confitar o elaborar con ellas una deliciosa compota de cerezas con la que untar unas tostadas con queso fresco, cremoso o requesón o unas tortas de arroz.
Fuente
Eroski consumer
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