Nutracéutico, alicamento o funcional, éstas son las distintas denominaciones para referirse a un mismo concepto. Son términos acuñados para designar a un grupo de alimentos o a algunos de sus componentes con unas propiedades y unos efectos sobre el organismo hasta ahora referidas casi exclusivamente a los medicamentos.
Se venden en los mercados, pero hay quien defiende que su sitio es la farmacia. Son, entre otros, los alimentos que ayudan a reducir el colesterol, aquellos enriquecidos en antioxidantes que previenen trastornos degenerativos o a los que añaden calcio que fortalece los huesos reduciendo así el riesgo de descalcificación ósea. La diferencia principal con los medicamentos es que no tienen, en teoría, efectos secundarios y que no llevan prospecto. Pero sí necesitan acompañarse de un manual de uso que indique la cantidad que se ha de consumir para que resulte real el efecto saludable al que aluden.
Lo cierto es que no todos los alimentos que incorporan un "valor añadido" producen los beneficios que promulgan. Depende del tipo de ingrediente agregado, de su forma química, de cómo responden a la absorción y al metabolismo en el organismo, así como de los otros nutrientes que forman parte de la composición natural del alimento (pueden favorecer su absorción o anularla). Esto lo sabe la industria. El consumidor, no.
Ni siquiera expertos en nutrición y científicos se ponen de acuerdo con los términos utilizados para denominar a estos alimentos, y tampoco se cuenta con una definición aceptada sin matices. Se admite bajo el paraguas de "alimento funcional" a los alimentos que contienen ciertos componentes añadidos (llamados nutracéuticos) -ácido fólico, omega 3, isoflavonas, calcio, fibra...- cuya ingesta, en una cantidad determinada, reporta un beneficio para el organismo que va más allá del tradicional valor nutritivo propio del alimento.
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