Pese a que muchas veces pensamos que el hecho de escuchar al otro es algo natural, escuchar a alguien activamente requiere de mucho trabajo. Escuchar activamente es una manera especial de responder, en la cual quien pretende ayudar comunica un entendimiento general de los pensamientos y los sentimientos expresados. Hace falta tratar de escuchar qué se está diciendo situándose en el punto de vista de la otra persona.
Escuchar es muy importante. Cuando una persona se siente atendida en su infancia y adolescencia, casi con toda probabilidad sabrá prestar atención en la etapa adulta. Saber escuchar es difícil, pero saber escuchar a un adolescente es puro 'arte' para el que hay que entrenarse. Hay que saber que dice con su mirada, con sus gestos, con su silencio. No esperemos que hable con la boca. El adolescente habla con el corazón que va a un ritmo distinto que el de los demás. Se siente confundido entre tanto mensaje confuso y termina liandose con quien le hace sentirse valorado, querido, aceptado en el grupo. Siempre ha sido igual y seguirá siéndolo. Ahora con la nueva tecnología, ordenadores, móviles, etc tiene a su gran aliado. Encuentra quien le entienda, quien le entretenga, quien le hace dar un sentido a su vida vacía y sin sentido. Cada día más depresiones en adolescentes y más padres perdidos sin saber qué hacer. Aprendamos a escuchar al adolescente.
La familia es el centro de la comunicación. El punto neurálgico en el que nace y debe desarrollarse la escucha. En este sentido, escuchar al adolescente no es oír, juzgar o regañar, "ni siquiera aconsejar", sino intentar aclarar a los jóvenes las dudas que se les presentan. Hay que proponer unas pautas de actuación para que los adolescentes se sientan escuchados pero, sobre todo, valorados.
En primer lugar, propone establecer unas reglas claras y concisas de convivencia familiar sin llegar al extremo de prohibir "todo" a los adolescentes. Asimismo, apuesta por una comunicación fluida, sin presiones ni imposiciones, defiende la necesidad de propiciar un clima familiar que facilite la expresión de los sentimientos positivos y negativos e insiste en la importancia de que los jóvenes se sientan siempre considerados.
En la misma línea, se debe mostrar respeto a la intimidad de los adolescentes, aceptar sus limitaciones -nunca se debe compararles con los demás-, aprender a negociar con ellos en lugar de responder a su rebeldía, establecer un castigo proporcional a la falta cometida, razonar las normas, admitir los errores, dejar claro el papel de padres (en lugar de intentar ser amigos) y, por último, educarles para superar la frustración.
Tenemos que recordar que nuestros hijos son el reflejo de nuestro núcleo familiar, y es esta el centro de toda sociedad. Si ellos están cansados, estresados, les aseguro que ustedes como padres también lo estarán. Es por esto que les sugiero que disfruten los pequeños y gratos momentos, para desarrollar afectos y nuevas aspectos que quizás en el colegio, por las limitaciones propia de los grandes grupos, no se han podido tratar como es debido, cosa que además queda estrictamente dentro de los que la propia familia pueda ofrecer.
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