Al hablar de la presión arterial y sus incrementos, vale la pena que nos tomemos unas líneas para explicar un poquito acerca de cómo es que funciona nuestro aparato cardiovascular ya que la presión arterial se relaciona íntimamente con el funcionamiento del mismo, por no decir que en cierta forma depende de él.
El corazón es un órgano musculoso que funciona sin descanso durante las 24 horas del día, desde que nacemos hasta que morimos. Esta función está dada por una contracción llamada sístole y una relajación llamada diástole. El único propósito de esto es bombear la sangre a través de las arterias para irrigar a todos los tejidos y células de nuestro cuerpo, transportando el oxígeno necesario y los nutrientes, y recogiendo a su vez los productos de desecho para eliminarlos principalmente por los riñones, intestinos y la respiración.
Desde que estamos en el colegio nos enseñan que las arterias transportan sangre limpia, oxigenada y con nutrientes y por eso su color es rojo brillante, mientras que los desechos de nuestro metabolismo y el CO2 viajan por nuestras venas, por eso es que siempre son azulinas. Se sabe además que la sangre venosa llega al ventrículo derecho a través de la aurícula derecha y desde allí sale hacia los pulmones para recoger el oxígeno y eliminar el CO2 y así, oxigenada, regresa al ventrículo izquierdo a través de la aurícula izquierda para salir por la gran arteria aorta hacia todo el cuerpo. Esta es, en líneas generales, la forma en que circula la sangre.
Por su parte, las arterias tienen características especiales que las hacen diferentes de las venas y que además ayudan a mantener un flujo sanguíneo constante durante todo el tiempo, ya que aunque el corazón es un músculo muy potente, la fuerza del bombeo no es suficiente para hacer llegar la sangre hasta el rincón más recóndito de nuestro cuerpo. Es por esto que las arterias son especiales, pues en principio son elásticas, es decir, se ensanchan complacientemente soportando un volumen de sangre importante, y asimismo se contraen de manera similar al corazón, de tal forma que impulsan la sangre, la bombean de la misma manera que el corazón y al mismo ritmo. En pocas palabras, las arterias también laten y es a ese latido al que llamamos pulso y es lo que tratamos de sentir cuando lo buscamos en la muñeca o en el cuello cada vez que queremos saber si es que el corazón late.
Si esto no fuera así, probablemente no tendríamos una buena irrigación. Por otro lado, las venas no tienen esas propiedades. Son rígidas, por lo que la sangre circulará a través de ellas por la compresión externa que le hacen nuestros músculos y por la succión que de alguna manera ejerce el corazón durante la diástole. Para que la sangre no se regrese durante ese trayecto es que en el interior de las venas existe un sistema de válvulas que permiten el avance mas no el retorno de la sangre, hasta llegar al corazón y completar así la circulación.
Sin embargo ustedes se preguntarán ¿quién se encarga de regular todo esto? La respuesta es simple: este sistema está regulado por el sistema nervioso autónomo y las hormonas, por eso es que cuando nos emocionamos, aumentan los latidos, lo mismo que cuando nos asustamos o cuando nos duele algo. Los cambios en nuestras emociones o en nuestros estados de ánimo, lo mismo que los cambios en nuestro estado de salud, determinan cambios en la frecuencia cardiaca (latidos por minuto) así como en nuestra presión arterial, por lo que es muy común oír decir a los que sufren de presión alta que su hipertensión es emotiva cuando realmente no es así, como veremos en la siguiente entrega.
La presión arterial es la fuerza que ejerce la sangre hacia las paredes de las arterias. Considerando que las arterias se contraen y sus paredes son elásticas, la sangre al circular dentro de ellas lo hará ejerciendo una fuerza de presión determinada. Esta presión estará determinada por algunos factores como son:
El volumen de sangre que bombea el corazón, es decir, del ventrículo izquierdo hacia las arterias, llamado volumen de eyección.
La capacidad de distensión de las arterias, es decir, la elasticidad de las paredes arteriales que permitan el ingreso de una determinada cantidad de sangre bombeada (con los años, el tabaquismo, el sedentarismo y la mala alimentación las arterias se hacen más duras y menos elásticas).
La resistencia vascular, es decir, la fuerza de oposición que hacen las arterias (en especial las más pequeñas, llamadas arteriolas) al flujo sanguíneo. Generalmente son las que se rompen cuando la presión sanguínea es muy alta, causando daños irreparables en los órganos en los que se produce la ruptura (cerebro, corazón, retina, etc.).
La volemia, es decir, el volumen de sangre corporal.
El gasto cardíaco, que no es otra cosa que el volumen de sangre que bombea el corazón por minuto, es decir por la frecuencia cardiaca (latidos por minuto).
La presión arterial está compuesta por la presión arterial sistólica que se refiere exclusivamente a la presión máxima y que no es otra cosa más que la fuerza con la que la sangre sale del corazón hacia las arterias durante la contracción del ventrículo izquierdo y sus valores normales van desde los 100-120 mm de mercurio, y la presión arterial diastólica o mínima, que es la presión durante la relajación del ventrículo izquierdo, por lo que dependerá exclusivamente de la resistencia que harán las arterias, en especial las arteriolas al flujo sanguíneo y cuyos valores normales van desde los 60-85 mm. Esta última es la presión que hay que cuidar, pues si se incrementa mucho, las arteriolas podrían romperse y provocar sangrados con el consecuente daño de la zona en la que produce.
Cuando nosotros conservamos un estilo de vida sano o cuando manejamos racionalmente la tensión del día a día, es decir, cuando controlamos los factores de riesgo, es muy probable que nuestra presión arterial no nos dé problemas. En la próxima entrega hablaremos de la hipertensión arterial, sus factores de riesgo, sus complicaciones a corto y largo plazo así como el tratamiento.
Dr. José Recoba
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