El terremoto de 7,9 grados en la escala Richter que sacudió el Perú el año pasado o el que sucedió que en China hace tres días con grado 7.8, vuelven a recordar las terribles consecuencias de estos desastres naturales. Las autoridades chinas contabilizan unos doce mil fallecidos, una cifra que podría aumentar hasta concluir las tareas de rescate. A pesar de que en los últimos años se ha avanzado en su conocimiento, aún no se pueden ofrecer predicciones que acierten con garantías cuándo, cómo y dónde se van a producir. Por ello, la prevención es la mejor manera de evitar males mayores.
Desgraciadamente, el ocurrido en China no es el primero, ni será el último gran terremoto. De hecho, las estadísticas afirman que se producen anualmente varios millones de temblores en todo el mundo, si bien sólo un 20% aproximadamente se produce en áreas pobladas. De todos ellos, algunos cientos son percibidos por la población, y algunas decenas provocarán algún tipo de daño en ciudades. Finalmente, menos de una docena tienen la magnitud suficiente para considerarse terremotos, y sólo unos pocos producirán grandes catástrofes.
Los estudios científicos han mejorado en las últimas décadas, de manera que se puede saber dónde ha empezado un terremoto y qué tipo de falla lo provocó, e incluso predecir con cierto margen cuánto durarán sus réplicas. En este sentido, la mayoría de los terremotos se producen cuando las placas tectónicas se deslizan unas contra otras. La fricción provoca una rotura o línea de falla y un violento desplazamiento de la corteza terrestre, así como la liberación de la energía almacenada en forma de ondas de choque.
Asimismo, se sabe que estos sucesos suelen estar precedidos, aunque no siempre, por sacudidas, deformación del suelo, modificaciones en los campos electromagnéticos y en el nivel del agua en los pozos, emisiones de gases como radón o hidrógeno en las fracturas, nerviosismo en algunos animales, etc.
Por otra parte, también se cuenta con sistemas de pre-detección basados en el seguimiento de las ondas primarias, que viajan más rápido que el desplazamiento físico del terreno afectado. Así, tecnologías como QuakeGuard o Quake Alarm permiten avisar a la población y reducir los daños, eso sí, con tan sólo varios segundos de antelación. Por ejemplo, Japón dispone desde el año pasado de un sistema de alerta basado en las mediciones de mil sismógrafos ubicados en diversos puntos de la isla.
Sin embargo, los sismólogos y geofísicos todavía desconocen qué mecanismos funcionan en el interior de la Tierra durante un terremoto, y cómo actúan las fuerzas que evitan que las fallas se muevan pero de pronto se liberen. Por ejemplo, los investigadores han desarrollado diversas simulaciones de terremotos en laboratorio, pero ninguna de ellas ha conseguido un modelo fiel a la realidad.
Ahora bien, lo que sí pueden ofrecer los científicos son mapas con zonas de riesgo basados en probabilidades. Para ello, se tienen en cuenta el registro de terremotos pasados (una zona con frecuentes episodios sísmicos tiene más probabilidades de volver a padecerlos); el análisis geológico del lugar (las fallas de la corteza terrestre son más vulnerables); y los modelos informáticos con datos por satélite, que informan de movimientos o "tensiones" en la corteza terrestre.
Prevenir antes que lamentar
La mayoría de las víctimas de un terremoto se producen por derrumbe de edificios o estructuras, desprendimiento de objetos, mobiliario, incendios o roturas de tuberías de gas y electricidad, así como por los propios actos humanos presa de la imprudencia y el pánico. Por ello, los expertos recomiendan construir edificios e infraestructuras que tengan en cuenta las zonas de riesgo, aplicando las medidas anti-sismicidad necesarias, o evitando directamente la edificación en zonas especialmente vulnerables; simulacros y planes educativos para la población; disponer de equipos de rescate con un entrenamiento específico, etc. Asimismo, la población debería asumir toda una serie de recomendaciones para actuar adecuadamente antes, durante y después de un terremoto.
¿Se pueden predecir los terremotos?
A día de hoy no es posible conocer con exactitud todos los datos para ofrecer una predicción con garantías, de manera que pudiera ponerse en alerta y movilizar a la población afectada. Así, cualquier predicción debería ofrecer datos fiables y con la suficiente antelación sobre el área específica, la magnitud del terremoto, y un abanico de tiempo concreto en que se fuera a producir.
Los primeros intentos de sistemas científicos para predecir terremotos se realizaron en la antigua Unión Soviética a finales de los años 40 del siglo XX. Posteriormente, a partir de la década de los 60, países que habían sufrido grandes terremotos como China, Japón o Estados Unidos comenzaron a impulsar este tipo de estudios.
Precisamente, China cuenta con diversos investigadores que han realizado en algunos casos exitosas predicciones, como los terremotos de Haicheng, en 1975 y en 1999, si bien también han fallado en otros casos, como en el de Tangshan, en 1976.
La Historia y el folklore relatan episodios de terremotos en los que ciertos animales se han mostrado turbados, e incluso han intentado huir de la zona afectada. En este sentido, diversas investigaciones se han centrado en el estudio de estos animales. Así, sus responsables creen que estos seres son capaces de detectar los infrasonidos o las señales de ondas electromagnéticas de baja frecuencia emitidas por desastres naturales. Por ejemplo, en Japón se han desarrollado varios estudios con los peces-gato.
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