Si bien años atrás se consideraba que las nefropatías dependían sólo del órgano afectado, el riñón, hoy los especialistas aceptan sin reticencias la relación entre enfermedad renal crónica (ERC) y enfermedad cardiovascular (ECV). Mientras que la hipertensión arterial y la aterosclerosis son causas cada vez más frecuentes de daño renal, el consecuente deterioro crónico de su función desarrolla lesiones en el corazón. El resultado final es que una enfermedad conlleva la otra.
La Enfermedad Renal Crónica (ERC) es uno de los principales problemas de salud pública del siglo XXI. Es importante por su prevalencia, que en algunos casos supera el 40% en personas mayores de 60 años, y por su morbimortalidad cardiovascular. En la actualidad, sin embargo, son pocas las personas que llegan a este estadio, ya que la mayoría fallece por causas cardiovasculares antes de entrar en programas de diálisis o recibir un trasplante. En este sentido, un estudio estadounidense de cinco años de seguimiento muestra el análisis de casi 28.000 pacientes, de los cuales menos de la mitad necesitaron diálisis ya que muchos fallecieron antes de iniciar este tratamiento.
Una enfermedad lleva a otra
La relación entre nefropatía y enfermedad cardiovascular parece clara. Aunque desde muchos años se ha creído que la enfermedad renal era un problema que afectaba sólo al riñón, diversos estudios han mostrado que existe una verdadera conexión con el corazón: la enfermedad de un órgano puede suponer la enfermedad del otro órgano. Poco importa donde empiece el mal, porque en general se verán afectados los dos.
En el caso de que la enfermedad se inicie en el riñón, el enfermo renal tendrá en un 95% de los casos hipertensión arterial (HTA) y en un 85% afectación cardiovascular (de hecho, el riñón está implicado en el origen de la hipertensión y es fundamental en su perpetuación). Si, por el contrario, la enfermedad que se diagnostica es una insuficiencia cardiaca congestiva, que se produce cuando el corazón no puede bombear suficiente sangre rica en oxígeno a los tejidos del organismo, lo más probable es que no llegue suficiente sangre al riñón. Éste, en consecuencia, no podrá llevar a cabo normalmente su función de filtrado.
Insuficiencia renal, riesgo cardiovascular
La relación entre estas dos enfermedades debería obligar al paciente cardiópata a controlar su posible enfermedad renal "al igual que controla factores como la HTA, el colesterol o la diabetes". La enfermedad renal se ve, entonces, como un factor de riesgo cardiovascular tan importante como los otros. Añade que, en este sentido, "el papel del médico de Atención Primaria, con el seguimiento diario, es muy importante para detectar el fallo renal, y todo esto repercutirá en el tratamiento específico de fármacos del paciente". No se trata de que el paciente vaya de un médico a otro, sino de establecer rutinas de contacto entre especialistas nefrólogos, cardiólogos y endocrinos para manejar el problema de forma integral. Las dos nefropatías más comunes, la vascular y la diabética, "constituyen un factor de riesgo vascular de primer orden", e incluso un ligero descenso de la función renal se asocia con una mayor tasa de enfermedades y fallecimientos en la población afectada. También aseguraba que la relación es tan evidente que es posible afirmar que "la insuficiencia renal leve es un factor de riesgo para la enfermedad cardiovascular tan importante como la diabetes".
Tratamiento paralelo
El riñón es origen y receptor de hipertensión. Además de estar implicado en su génesis y evolución, éste se ve afectado por la enfermedad y se considera uno de los órganos diana. Tanto que, desde estadios muy iniciales, la insuficiencia renal se ha relacionado con un importante riesgo cardiovascular que puede provocar la muerte a la gran mayoría de estos pacientes. Es por ello que el tratamiento de los pacientes con ERC debería cumplir un doble objetivo.
Por un lado, prevenir o retrasar la progresión de la insuficiencia renal. Por otro lado, algo que cuantitativamente y por las muertes que puede acarrear resulta aún más importante, minimizar la morbimortalidad precoz asociada a la patología vascular. Como los factores de riesgo para sufrir las dos enfermedades son los mismos, el tratamiento debe basarse en un estricto control de estos: cuidar los niveles de HTA, el sobrepeso, el colesterol y la diabetes, así como establecer normas de vida sana.
También las medidas protectoras habituales para el corazón (agentes antihipertensivos, bloqueantes del sistema renina-angiotensina, betabloqueantes, estatinas o antiagregantes plaquetarios) funcionarían para el tratamiento renal. Esta actitud rompería con la tradicional reticencia de muchos especialistas al uso de fármacos para ERC en estados avanzados.
Lic. Núria Llavina
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