lunes, 15 de septiembre de 2008

Reconociendo a tiempo un Derrame cerebral

Me acuerdo mucho de mis épocas como interno en la famosa Asistencia Pública de la Avenida Grau de Lima, lugar en el que aprendí a templar mis nervios de novato estudiante de medicina y en el que con cierta resistencia inicial, empecé a acostumbrarme a que la gente me llamara "Doctor". Durante 6 años, en ese lugar vi las emergencias más increíbles que se puedan ver. A la asistencia le llamaban “la casa del jabonero”, porque de acuerdo al saber popular, en ese lugar “el que no caía, resbalaba”.

Uno de los turnos de guardia "más temidos" era el de 4 a 7 de la mañana porque a esa hora acostumbraban llegar dos tipos de emergencias muy complicadas y que requerían largas horas de trabajo: los infartos cardiacos y los derrames cerebrales.

La razón por la que estos turnos eran temidos era porque los internos teníamos que estabilizar a los pacientes antes de dejarlos al siguiente turno o derivarlos al hospital, y eso con frecuencia nos impedía tomar desayuno y asistir a las primeras horas de clase en la facultad de medicina.

Los derrames cerebrales me causaban mucho impacto. Hombres y mujeres de mediana o avanzada edad llegaban presentando diversos grados de gravedad. Algunos llegaban hablando y con síntomas muy leves de debilidad en un brazo o en una pierna; otros llegaban porque un fuerte dolor de cabeza los había despertado del sueño y habían notado que no podían hablar bien. Algunos llegaban hablando y siendo capaces de contar cómo progresivamente perdían la fuerza en la mitad del cuerpo y que “caminaban como borrachos”; otros llegaban inconscientes, con la mirada vacía y completamente paralizados de la mitad del cuerpo. Otros eran traídos ya cadáveres y sospechábamos que un derrame cerebral los había matado porque los familiares nos decían que habían sido despertados por ataques de convulsiones y que el paciente sufría de presión alta, la cual no cuidaba mucho y no tomaba sus medicinas.

Allí aprendí que los derrames o ataques cerebrales pueden ser de dos tipos: las hemorragias cerebrales, en las que súbitamente una arteria “se revienta” dentro del cerebro, generalmente por presión alta no controlada (igual que una manguera vieja se revienta por mucha presión de agua en su interior); y los infartos cerebrales, más lentos y progresivos, en los que las arterias se tapan poco a poco por un coágulo de sangre producido por la quebradura de la placa del colesterol que comemos en exceso. En ambas circunstancias, el resultado es el mismo: destrucción del tejido cerebral y pérdida permanente de las funciones cerebrales afectadas.

En esa época, les estoy hablando de los años 70, no había mucho que hacer. Si se trataba de una hemorragia, solo aquellos que tenían un aneurisma cerebral eran operados inmediatamente, los demás fallecían en pocas horas o llegaban ya cadáveres. Aquellos que tenían un infarto cerebral solo eran estabilizados “para ver cómo evolucionaban”, un eufemismo que empleábamos los internos y médicos para significar que no había nada que ofrecerles a los pacientes y que algunos morirían y otros quedarían discapacitados de por vida.

Lo que no ha cambiado desde esa época es la frecuencia de los dos tipos de derrame cerebral: 80% son infartos cerebrales producidos por coágulos sanguíneos y 20% son hemorragias cerebrales.

En la actualidad sin embargo, es crucial que el paciente que sufre un infarto cerebral llegue a la emergencia dentro de las primeras 3 horas desde que empiezan los síntomas. La razón es que existe una medicina llamada Activador de Plasminógeno Tisular (tPA), que al darse directamente a la vena dentro de las 3 primeras horas del comienzo del ataque, puede hacer que los coágulos sanguíneos que están tapando las arterias se disuelvan y permitan evitar el daño permanente de las células cerebrales.

En otras palabras existe un tratamiento milagroso para los infartos cerebrales, que como dijimos constituyen el 80% de los derrames cerebrales. Lógicamente, para que esto suceda, es imperativo que tanto el paciente como los familiares y amigos del paciente sepan reconocer los siguientes 5 signos precoces de un derrame cerebral:

1.Súbito adormecimiento o debilidad de la cara, el brazo o la pierna, especialmente del mismo lado del cuerpo.
2. Súbita confusión, dificultad para hablar o entender.
3. Súbita pérdida de la visión en uno o los dos ojos.
4. Súbito problema al caminar, mareo, pérdida de balance o coordinación.
5. Súbito dolor cabeza sin causa aparente.

Muchos doctores usan la prueba FAST en la sala de emergencias del hospital. La palabra FAST viene de Face (rostro), Arm (brazo), Speech (conversación) y Test (prueba). Rápidamente el doctor hace lo siguiente:

Face – miran si hay alguna desviación de la boca o algún ojo esta cerrado o semicerrado.
Arm – le piden al paciente que cierre los ojos y que alce los brazos por 30 segundos. Si el paciente tiene un derrame, el brazo afectado, más débil, tiende a caer lentamente, mientras que el brazo sano permanece elevado.
Speech – el médico escucha al paciente para ver si detecta alguna dificultad para hablar (tartamudeo, hablar como “borracho”). También le hace preguntas simples tales como ¿dónde se encuentra?, ¿cuál es su nombre?, ¿qué día de la semana es?

Lamentablemente, debido a que ni el paciente ni los familiares o amigos saben reconocer esos signos precoces de un derrame cerebral, en Estados Unidos solo el 2% de los pacientes se beneficia de la maravillosa medicina tPA. Se calcula que si la gente supiera reconocer esos signos precoces, por lo menos 50% de los pacientes podrían beneficiarse del tPA.

Ya sabe, saber reconocer los signos precoces, no perder tiempo, llamar a la ambulancia e ir inmediatamente al hospital puede ser la diferencia entre una recuperación completa del derrame cerebral o pasar el resto de la vida en discapacidad permanente.

Dr. Elmer Huerta

Fuentes:
Medline Plus
Del Instituto Nacional de Enfermedades Neurológicas de EEUU

No hay comentarios:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...